Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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1427
Legislatura: 1891-1892 (Cortes de 1891 a 1892)
Sesión: 11 de junio de 1891
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: 78, 2141-2143
Tema: Ampliación de la facultad del Banco de España para emitir billetes y prórroga de la duración de su privilegio

 

El Sr. SAGASTA: Pido la palabra.

El Sr. VICEPRESIDENTE (Danvila): La tiene V. S.

El Sr. SAGASTA: En realidad, después de la interesante rectificación que acabáis de oír de labios del Sr. Moret, poco tengo yo que añadir; pero es de advertir, Sres. Diputados, que como el Sr. Ministro de Hacienda es tan gallardo, incansable e infatigable batallador, no se contenta con batallar contra nosotros, y busca nada menos que a la opinión pública para batallar con ella. Y por cierto que no la da autoridad ninguna cuando dice que no sabe dónde está, sin tener en cuenta que si no da autoridad a la opinión pública, no la da tampoco al régimen que nos gobierna; porque el Congreso, el Senado, la Representación nacional, en una palabra, es un régimen de opinión o no sería nada.

La opinión pública, Sr. Ministro de Hacienda, es la que ha de guiar todos nuestros actos si hemos de practicar honrada y noblemente el sistema representativo; de otra manera, lo mixtificaríamos. Después de todo, aun cuando nos pusiéramos enfrente de esa opinión pública que S. S. desdeña, podría ella más que nosotros; de modo que, si no por la esencia del régimen, al menos por su propia conveniencia, yo suplico a S.S. que trate de otra manera a la opinión pública, a la cual debe el partido liberal su existencia, como se la debe el partido conservador, siquiera tenga una existencia tan raquítica que no conozca la savia que la opinión pública le presta. (Bien, bien.)

Pero dice S.S.: sin duda el Sr. Sagasta cree que tiene en su mano la opinión pública, cuando viene con mucha arrogancia a pedirnos en nombre de ella que retiremos este proyecto. ¿Donde está esa opinión pública? Pues, Sr. Ministro de Hacienda; en este caso, está en los hombres de negocios, en los círculos mercantiles, en las Cámaras de comercio, en todos los centros de producción, en los banqueros, en los comerciantes, en los industriales, en los agricultores, en los propietarios, que todos unánimemente viene reprobando el pensamiento del Sr. Ministro de Hacienda. Y añada S.S. a todas estas representaciones la prensa, de la cual sólo la ministerial se atreve a defender el proyecto que se está discutiendo, y esa con muchos melindres y muchos escrúpulos. (Risas.)

El Sr. Ministro de Haciende dice también que, en todo caso, ¿dónde está esa unanimidad? Porque si la hubiera, añade, como el Gobierno tiene amigos que pertenecen a esos centros y corporaciones, esos amigos la habrían roto. ¿Sabe S.S. por qué no lo han roto? Ya han tratado de ver si podían conseguirlo; pero se han encontrado con que les era imposible, porque la opinión pública se manifestaba de una manera tan resuelta, y tan grande era también la unanimidad de su juicio, que no han tenido más remedio que callar y no se han atrevido siquiera a turbarla. Ahí tiene S.S. la prueba de la fuerza de la opinión pública.

Y el Círculo de la Unión Mercantil y la Asamblea de las Cámaras reunidas aquí para tratar asuntos de esta naturaleza, ¿no significan una representación de la opinión pública? Vienen representantes de todas las provincias, empapados de las necesidades y de las aspiraciones provinciales; viene de los últimos rincones de la Península, y aquí discuten, y por último sus acuerdos son tomados por unanimidad y sin un voto siquiera en contra; por aclamación. Pero además, señores, ¡si a esa Asamblea de las Cámaras de comercio le ha pedido su opinión el señor Presidente del Consejo de Ministros y se la ha dado! Pues si no vale nada, si no era representación de la opinión pública, ¿por qué, nada menos que el Sr. Presidente del Consejo de Ministros, le ha pedido su opinión? La opinión pública tiene tanta mayor importancia, cuanto que no puede haber pasión en ella, cuanto que no puede haber en ella más que el interés de servir honrada y noblemente a su país. En esas Cámaras de comercio tiene el Gobierno, de seguro, quizás más amigos políticos que nosotros, y a pesar de eso, han prescindido de su partido y han votado contra un proyecto de ley por el Gobierno presentado. ¿Va comprendiendo ya el Sr. Ministro de Haciende lo que es la opinión pública? (Risas.)

Pero es más: sin quererlo, lo reconoce; porque, después de todo, decía: "creo que tiene más autorizadas el Sr. Sagasta que esa opinión pública, y cuando se dirige a mí y combate a este Gobierno, doy más autoridad y más importancia a los argumentos que emplea y a las palabras de S.S. pronuncia." Pues qué, Sr. Ministro de Hacienda, ¿tendría yo esa autoridad acaso, si no estuviera detrás de mí la opinión[2141] pública? ¡Ah! ¡qué poco caso haría S.S. de mis palabras ni de mis argumentos, si la opinión pública no me acompañara en mis opiniones para combatir ese proyecto de ley! (Muy bien.)

Ya creo que queda S.S. enterado de lo que es opinión pública; y paso a otro punto.

No ha podido S.S. desembarazarse de mi argumento respecto de la participación que ha debido tener en este punto, y antes de que los Poderes públicos resuelvan, la Junta general de accionistas. Ni puede ser de otra manera, ni jamás en casos semejantes hemos prescindido nosotros de ella; porque en la ley a que S.S. se refería, la ley de Tesorerías, la Corona la sancionara, se reunió la Junta general en Francia; porque en Francia, apenas presentó el proyecto de ley el Gobierno a las Cámaras, antes de que la Comisión diera dictamen, ya el Consejo de Administración del Banco reunió a sus accionistas para que tomaran acuerdo, y éste fue quedar conformes con lo que el Gobierno proponía, y autorizó al Consejo para que sobre este punto tratara con el Gobierno, si por acaso fuera necesario. Pero es más: siguen allí con tal escrupulosidad este requisito, que sabiendo que ahora el Gobierno va a modificar el proyecto del Banco y que puede introducir en él algún cambio, ya el Consejo de Administración viene pensando en citar a los accionistas para someter a sui examen el asunto antes de tratar con el Gobierno.

Y eso es natural, aparte de que así lo dispone de una manera terminante el art. 79 de los estatutos del Banco.

Dice este art. 79: "No podrá procederse a la formación de nuevos estatutos ó a la reforma de los existentes, sin que la Junta general de accionistas, por las dos terceras partes de votos al menos de los individuos que a ella concurran, lo autorice así u determine los procedimientos por que habrá ha hacerse."

Es tan terminante el precepto, exige tales garantías, que determina hasta la manera como ha de acordarse. ¿Cómo ha de poder tomarse el Consejo de Administración del Banco esa autoridad, si, con arreglo al artículo que acabo de leer, se exige que para tratar con el Gobierno en este clase de asuntos sea necesaria la conformidad de las dos terceras partes de los accionistas que concurran a la Junta general?

Y sin embargo, el Gobierno ha tratado con el Consejo de administración del Banco únicamente; y si después de aprobado este proyecto por las Cortes y de sancionado por la Corona, la Junta general de accionistas acuerda un voto de censura al Consejo de Administración, ¡en buen lugar quedarán las Cortes del Reino y la sanción de la Corona!

¡Otra vez se ha vuelto a ocupar el Sr. Ministro de Hacienda del decreto-ley de 1874! Su señoría se ha empeñado en demostrar que el partido conservador no puede justificar sus actos en plena paz, sino refiriéndose a los actos realizados por el partido liberal en tiempos calamitosos y de guerra. Yo no hacía este cargo al partido conservador; yo no decía que el partido conservador; no sirviese más que para practicar en tiempos bonancibles aquellos procedimientos que el partido liberal se vio obligado a emplear en tiempos borrascosos, impedido por las circunstancias, por las necesidades y quizá por los horrores de la guerra; no digo eso; pero vosotros demostráis que esa es la realidad, porque para razonar vuestro proyecto os fundáis precisamente en el decreto-ley de 1874. ¿Son estas las circunstancias en que nos encontrábamos el año 1874? Pues entonces, ¿para qué tomáis como fundamento aquello?

De manera que lo que el Sr. Ministro de Hacienda ha hecho, ha sido venir a demostrar lo que yo me temía; esto es, que el partido conservador en plena paz no puede gobernar sino con los procedimientos que se vio obligado a emplear el partido liberal en tiempo de guerra. Porque, diga lo que quiera el señor Ministro de Hacienda, yo no he descendido a detalles para ver qué es mejor, si el decreto-ley de 1874 ó este proyecto de ley; pero el procedimiento, el sistema, el espíritu, la necesidad a que obedecen, ¿son los mismos? Por consiguiente, el partido conservador emplea procedimientos, en tiempos favorables, iguales a los que el partido liberal se vio obligado a emplear en tiempos adversos. ¿Le acomoda eso al Sr. Ministro de Hacienda? Pues que sea enhorabuena; que le aproveche.

Pero el Sr. Ministro de Hacienda contestaba con una pregunta singular. ¿Qué derecho es ese que pretende el partido liberal tener para variar contratos como éste por el mismo procedimiento que se varían las leyes?

¡Ah, Sr. Ministro de Hacienda! Yo voy a contestar a esa pregunta formulando otra. ¿Es que el contrato que venía rigiendo desde el año 1874 acá, había ya concluido? No había concluido, ¿no es verdad? No; no llevaba más que diez y siete años de existencia, ó sea poco más de la mitad del plazo que tenía de duración dicho contrato. Pues bien; nosotros creemos tener, para variar ese contrato que discutimos, el mismo derecho que vosotros os habéis atribuido para variar el contrato de 1874; ni más ni menos. De manera que la pregunta que S.S. formulaba, queriendo indagar por medio de ella el pensamiento del partido liberal, la he contestado de una manera terminante. Ya lo sabe SS.SS. se han arrogado para variar el contrato del año 1874, en mi opinión sin exigirlo las circunstancias. De suerte que la única diferencia que va a haber entre S.S. y yo, entre S.S. y el que sea Ministro de Hacienda en aquel tiempo, ó entre el partido conservador y el partido liberal, será la siguiente: que el partido conservador ha cambiado, ha modificado, ha denunciado, ha revisado un contrato-ley cuando no lo exigían las necesidades del país, y que nosotros sólo lo revisaremos, lo denunciaremos, lo cambiaremos y lo modificaremos cuando las necesidades del país lo exijan, cuando los movimientos de la opinión lo reclamen.

Ha concluido el Sr. Ministro de Hacienda con una especie de súplica, y eso que a S.S., más que suplicar, le guata acometer. Pero en fin, yo que cedo más ante la súplica, y eso que ante el acometimiento, le diré al Sr. Ministro de Hacienda que esto puede acabarse tan pronto como S.S. quiera, puesto que S.S., después de todo, no le da importancia a la prórroga del privilegio del Banco, ni a los 150 millones que éste concede por tan extraordinario servicio, toda vez que dice: "pero ¿qué significa este proyecto de [2142] ley, para que lo hagan tan grande oposición, para que el partido liberal, para que el partido republicano, para que todas las oposiciones tomen parte en este debate y hagan esfuerzos inauditos para oponerse a ello? ¡Sí esto no significa nada; si esto se hace en todas partes; si esto no tiene importancia ninguna!" Pues si no significa nada, Sr. Ministro de Hacienda, y tiene tan poco importancia, prescinda S.S. de ello, y acepte el plan que le proponemos nosotros, concluyéndose de ese modo esta misma tarde. Pero además, ¿cómo se puede concluir? Pues se va a concluir recibiendo S.S. el aplauso de todos. ¡Cuidado que S.S. hace tiempo que está acostumbrado a no oír aplausos! (Risas.) De manera que por esa misma razón debería S.S. desearlos más. Yo voy a hace a S.S. una proposición, y si la acepta se puede acabar esto esta misma tarde, siendo el Sr. Ministro de Hacienda aplaudido como no lo ha sido jamás, y como yo espero que de no serlo esta tarde no lo será nunca. Ceda S.S. ¿Qué le importa ceder al Sr. Ministro de Hacienda? Porque, después de todo, esa opinión pública que S.S. desconoce, se ha manifestado de una manera tan terminante y de una manera tan decisiva, que yo no comprendo cómo hay Gobierno que no lo acepte, porque en caso de duda los Gobiernos pueden no seguirla y pueden hasta contrariarla; ¡pero si ahora no hay caso, si ahora no hay duda, si ahora no hay cuestión, señor Ministro de Hacienda! Claro está que la unanimidad, en esto, como en todo, es de todo punto imposible; pero la gran mayoría, mayoría como no se ha visto jamás, es tan manifiesta contra este proyecto, que esos amigos que están al lado de S.S., no se atreven a manifestar lo contrario; así es que yo he visto que en periódicos importantes que han abierto sus columnas para cada cual emita su opinión, yo ha visto acudir a esos periódicos a todos los que tienen opiniones contrarias, pero no he visto acudir a ninguno para apoyar ese proyecto.

De modo que el proyecto de S.S. podrá tener muchos partidarios; pero crea S.S. que son tan tímidos ó se creen tan divorciados de la opinión, que no se atreven a manifestar su conformidad con él. Yo no he oído defender el proyecto más que a S.S. y a los individuos de la Comisión, a los cuales bien se lo puede tener en cuenta S.S., porque bien merecen su gracia. (Risas) Y aquí me dicen que ni aun eso, porque no son ni los siete de la Comisión; no han quedado más que seis. De manera que, si la opinión pública se revela por manifestaciones exteriores, yo de la opinión pública no he visto manifestaciones exteriores a favor de este proyecto de ley, más que la elocuente palabra del Sr. Ministro de Hacienda, y luego la palabra, elocuente siempre, todo lo que se quiera, de los individuos de la Comisión; a eso se reduce la opinión pública que aplaude este proyecto. En cambio, es necesario estar ciego para no ver las manifestaciones de la opinión pública en toda partes; las provincias; los centros industriales y comerciales, los elementos de riqueza, de producción y de vida del país, todos se manifiestan contra el proyecto. ¿Qué inconveniente tiene S.S. en acceder a los deseos de la opinión? De todos modos, nosotros somos Gobiernos de opinión, y si un Ministro baja la cabeza ante la opinión pública, hace bien, porque es un acto de patriotismo; si no quiere bajar la cabeza ante la opinión, hará mal, porque la opinión está sobre los Ministros, sobre el Gobierno, sobre las Cortes y sobre todo. (Muy bien.) Si S.S. no quiere acceder a esta súplica, claro está que nosotros seguiremos discutiendo, y discutiendo con moderación, y. en mi opinión, ya hasta con brevedad, porque lo principal, tiene S.S. razón, está dicho; pero como todavía hay algunas cosas en el proyecto de ley que por su importancia no pueden menos de tomarse en cuenta, nosotros las discutiremos, si bien con aquella brevedad que sea compatible con la importancia que el asunto tiene.

Esto es lo único que yo puedo ofrecer a S.S. en contestación a la súplica que nos ha hecho.



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